LA
VIDA DELANTE DE SÍ
(La
vita davanti a sé)
2020.
Dir. Edoardo Ponti.
Momo (Ibrahima Gueye, un hermoso niño que irradia fragilidad y rudeza al mismo tiempo) tiene doce años, ascendencia senegalesa, musulmán. Llegó pequeño a Bari, la ciudad frente al Mar Adriático y pronto perdió a su madre, quedando bajo el cuidado del Dr. Coen (Renato Carpentieri). En la calle, ataca y roba un par de candelabros a Rosa (Sophia Loren), una exprostituta, ya anciana, que se mantiene cuidando a los hijos de otras. Desesperado, por no poder controlarlo, Coen lo lleva con Rosa para que se disculpe y, al mismo tiempo, pedirle que se haga cargo del niño a lo que la mujer primero se niega, pero luego acepta a cambio de un buen pago. La relación primero es tirante. Momo es rebelde y no acepta a Rosa ni tampoco a otros dos pequeños que la mujer atiende. El niño, además, en secreto, trabaja como distribuidor de droga para uno de los rufianes del puerto. Pronto, se le irá revelando cierta situación de Rosa que será importante para su futuro.
Basada en la novela de Romain Gary (bajo el seudónimo de Emile Ajar), ganadora del premio Goncourt, ya adaptada al cine en 1977 por el director israelita Moshé Mizrahi con la cual ganaría el Óscar norteamericano como mejor película extranjera (y el César francés para Simone Signoret, su actriz), ahora tenemos la acción trasladada a Italia con un niño de color y una trama secundaria que lo involucra con las drogas, tal vez para darle mayor realismo y actualidad. Rosa es una sobreviviente de Auschwitz, tiene marcado su número en el antebrazo y ya se encuentra al borde de la demencia senil. Contra la obesa y menor Rosa de la novela y cinta original, ahora tenemos a una anciana para darle verosimilitud a que sea una longeva víctima de la persecución nazi y quede el rol adecuado para la octogenaria Sophia Loren, madre del director de la película. Igualmente, el pequeño árabe es ahora un niño de color representante de los refugiados, y un vecino travesti es ahora una mujer transgénero.
Y aunque la cinta es efectiva en trasladar
el dolor de la ausencia de la madre (que luego se comparará a la salida de la
casa de uno de los niños cuya madre retorna para llevárselo; posteriormente, la
enfermedad de Rosa) o sobrellevar los traumas derivados del holocausto (Rosa se
consolará con los bellos recuerdos pero se paralizará de terror ante los
fantasmas de la crueldad), la película no resulta satisfactoria en su
totalidad. Entre la rebeldía de Momo (que originalmente era un proceso de
empatía), su actividad con las drogas, su trabajo con un buen comerciante que
apoya a Rosa, se diluye, de alguna manera, la relación con Rosa y es abrupta la
transición hacia la comprensión, simpatía y amor por la anciana.
Lo más importante es la presencia de
Sophia Loren. A los 85 años (en el momento de filmación), es admirable que siga
adelante con su carrera y no le importe mostrarse sin maquillaje, con todas las
señales del deterioro que el tiempo ha marcado en su piel, rostro, cuerpo, ¡sin perder su prestancia y personalidad! Hace seis años había interpretado el monólogo
de La voz humana (misma que Almodóvar adaptó para Tilda Swinton) en un
cortometraje de su hijo Edoardo. Diez años atrás había aparecido en una cinta
biográfica para la televisión sobre su madre y ella misma, después del fracaso
de Nine (Rob Marshall, 2009). En una entrevista Loren habla de su
retorno debido a que era un proyecto de su hijo, de que el cine ha sido importantísimo
en su vida pero primero estaba su familia, además del mensaje de tolerancia y
ternura que transmite la película. Eso no se puede negar.
Sophia Loren con el director Edoardo Ponti, hace seis años...
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