TÍO
FRANK
(Uncle
Frank)
2020. Dir. Alan Ball.
La joven Betty (Sophia Lillis) narra cómo era su vida adolescente (14 años) en su pueblo de Creekville, en Carolina del Sur. Es 1969 y su abuelo Daddy Mc (Stephen Root) cumple años. Recuerda que asistió su tío Frank (Paul Bettany), profesor de literatura en Nueva York, quien raras veces visitaba a la familia. Fue en esa reunión, donde hubo pleitos, gritos, desprecios, cuando Frank le aconsejó que no se dejara manejar por los demás y que fuera ella misma. Esa conversación le cambió la vida. Cuatro años más tarde, Betty, quien ahora se hace llamar Beth, acude a la universidad en Nueva York. Sin imaginarlo siquiera, y por accidente, descubre que su tío es homosexual y conoce a su pareja de diez años, Wally (Peter Macdissi). Al principio Beth se desconcierta, pero luego, según va adentrándose en sus existencias, cambia de actitud. La muerte del abuelo hace que los tres se dirijan hacia Creekville por carretera y esto permitirá que Frank recuerde un pasado que todavía le atormenta y que es un secreto que le ata con su padre: el abuelo recientemente fallecido.
La joven Beth (Sophia Lillis) se abre al mundo...
La cinta se divide en dos partes
opuestas en tono y ambiente (aparte del prólogo mencionado): Nueva York con su
ambiente bohemio, apenas empezando a liberarse en cuanto a la sexualidad y al
uso de la droga, que muestra los primeros acercamientos de Beth hacia un mundo
abierto luego de haber permanecido en un pueblo con personas de ambiciones
cortas y mentalidades convencionales. El tono es amable y hasta posee ciertos
destellos de humor. Luego, el camino de retorno al pueblo (forzado por el
funeral del abuelo) tendrá otro enfoque. Beth y Frank viajan en el auto del
segundo. Ella le pregunta sobre su propia historia, su primera vez, a lo que Frank no responde directamente, sólo le comenta que fue con
un compañero de la escuela, pero dispara sus recuerdos, una carga que ha traído
consigo desde la adolescencia cuando tuvo un amorío que terminaría mal. Aquí,
el tono se ha vuelto sombrío.
Tío Frank es otra trama que sirve para recordar al público que, en el pasado, el asunto de la sexualidad no era sencillo. Todo tenía que ocultarse, tratarse con sumo cuidado y evitar aquello que podría dar lugar a murmuraciones o destrozo de reputaciones. Los microcosmos que eran los pueblos, en contraste con las mentes más liberales de la urbe, servían como prisión para las almas diferentes y, para la mayoría de los hombres y mujeres homosexuales, la mejor salida era escapar de sus entornos. La cinta es un delicioso discurso para el presente: los esfuerzos y reclamos, además del progreso, la apertura de ideas, además del ensanchamiento de los límites de libertad que fueron propiciados por las generaciones que antecedieron, ahora han dado frutos (no todo está ganado, siguen atavismos, discriminaciones y crímenes de odio, pero la aceptación social, en general, es mayor). De ahí que un gran acierto haya sido colocar la película en el amanecer de estos derechos civiles (fines de los años sesenta e inicios de la siguiente década), y todavía comparar esos tiempos con los años cuarenta, o sea, la adolescencia de Frank. Un panorama de evolución. De hecho, otro personaje, un pretendiente de Beth, en sus primeros días en la ciudad, quiere conocer a Frank porque tiene fama de excelente maestro: en realidad, desea seducirlo. También es un joven que procede de otro pueblo y que está en Nueva York para darle rienda suelta a su naturaleza. Es un ejemplo de esos tiempos del presente (de la película, claro) contrastante, pero continuador del caso de Frank en el pasado.
Al final de cuentas, lo que importa es el amor de pareja...
La trama nos introduce a momentos
amables y otros trágicos sin llegar a los usuales finales que castigaban al
“desviado”, como se acostumbraba en las primeras cintas de Hollywood que
sugerían la homosexualidad de sus personajes que requerían de un castigo por su
“inmoralidad”. En este caso, tenemos a una pareja que se ama y se protege, se cuida y se demuestra su amor, a pesar de que de pronto surjan discrepancias. El elenco, extraordinario, está conformado, entre otros, por una
jovencita Sophia Lillis que tiene la suficiente expresividad para mostrar la
sorpresa y la calidez debidas a nuevas experiencias y su posterior comprensión.
Paul Bettany ha sido un actor versátil que sabe adecuarse a roles disímbolos y
transformarse: en este rol no puede uno imaginarse que sea de ascendencia
británica. La trama, con elementos semiautobiográficos, fue escrita por su
realizador Alan Ball, otro personaje que contribuyó al desarrollo temático, con
el consiguiente gran éxito de la televisión contemporánea, gracias a
plataformas (a él le debemos las series Six Feet Under o True Blood,
y la oscareada película Belleza americana, el gran debut del genial Sam
Mendes, en cine). Una propuesta que entretiene e invita a la reflexión sobre
nuestro tiempo (con todo y pandemia).
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