METROPOLITAN
1990. Dir. Whit Stillman.
Al salir de una fiesta de presentación en sociedad efectuada en el Hotel Plaza de Manhattan, en Nueva York, el joven Tom (Edward Clements) es invitado por un grupo de sus congéneres que también salían del mismo lugar para que los acompañe a una tornafiesta. Al principio, Tom se resiste, pero la insistencia es tanta que finalmente acepta. En el lujoso departamento de Sally (Dylan Hundley), conoce a los integrantes de este grupo que se autodenomina SFRP (Sally Fowler Rat Pack) y que consiste en adolescentes de 16 o 17 años, de posición acomodada. Como hacen falta acompañantes y es la temporada de estas presentaciones, le convencen de que siga viéndolos. Tom llama la atención de Audrey (Carolyn Farina) y ella le hace recordar a una antigua novia que era muy coqueta. El muchacho no les informa inicialmente que vive en una parte modesta de la ciudad, porque sus padres son divorciados, pero ellos lo aceptan sin problema: al final de cuentas, su origen también era de clase alta. A partir de este momento se repiten las reuniones, las confesiones de secretos y, luego, el final del grupo.
Un reparto de actores noveles y desconocidos (donde la mayoría no llegó a destacar a pesar de su excelencia) dan vida a una brillante e inteligente trama donde no sucede más que la vida cotidiana de una clase opulenta, a través de sus jóvenes representantes, que expresan temores y esperanzas. Tom será el catalizador de algunas de sus inquietudes: su aceptación de las teorías socialistas de Fourier, implican la crítica al capitalismo. Sus lecturas de crítica literaria le llevan a expresar que es mejor que leer los libros porque se tiene una sinopsis y las ideas sobre ellos. Las conversaciones se suceden una tras otra. Uno de los jóvenes, Nick (Chris Eigeman), será la voz cínica y retadora porque está consciente de la decadencia de su clase aunque acepta todos los rituales añejos que ha heredado (como las presentaciones en sociedad) o su rechazo a un joven barón, aristócrata de ascendencia europea, como gran ejemplo del deterioro (sobre todo por sus actos inmorales). Audrey ha leído y puede citar a Jane Austen o Tolstoy, dándole importancia primordial al romance y a su vida sentimental. Charlie (Taylor Nichols) es el crítico de sus compañeros y clases, enamorado secretamente de Audrey sin decidirse a declarar su pasión, pero seguro del camino que va a tomar su vida.
Aunque la primera impresión que puede dar la cinta pueda ser una copia de la obra de Woody Allen (las citas literarias, la clase alta, la geografía urbana), en realidad se está más cerca de la sensibilidad europea de los primeros trabajos de un Eric Rohmer en cuanto a jóvenes que se encuentran para que sus existencias vayan por nuevos rumbos y destaquen sus ideas morales, además de aquellos de un François Truffaut con los problemas amorosos, la literariedad, y de ambos, las palabras, los discursos, la gente que se expresa para darle sentido al mundo que les envuelve, las conversaciones (que son deliciosas y es lo que mejor debe disfrutarse de la película: son su esencia). En su ópera prima, Stillman narra una trama que adquiere la intención de Scott Fitzgerald: la descripción de una sociedad que, por medio de sus jóvenes integrantes, se siente decadente y sabe que, en algún momento, declinará (o se transformará). La realidad ha sido otra.
Whit Stillman, uno de los cineastas más originales e interesantes que surgieron en el cine norteamericano en la última década del siglo XX ha sido fiel a sí mismo. En un cuarto de siglo, solamente ha filmado cinco largometrajes. Aparte de Metropolitan, nos ofreció Barcelona (1994), Los últimos días del Disco (1994), Damiselas en apuros (2011) y Amor y amistad (2016). Todas ellas con sus mismas críticas sociales, ninguna estrenada por nuestras pantallas, pero felizmente disponibles en vídeo, entonces, y plataformas, ahora. Solamente la última tuvo mayor presupuesto y un reparto más estelar. Un director que es importante conocer y seguir.
El director Whit Stillman
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