EL CONTADOR DE CARTAS
(The Card Counter)
2021. Dir. Paul Schrader.
Al
inicio de la película, el personaje de William (Oscar Isaac) está en prisión y
nos narra que ahí aprendió a contar cartas. Ofrece toda una técnica que
involucra las barajas mayores contra las menores e intermedias. Las diferencias
de jugar al Black Jack, que Póker o la simple ruleta. Luego, lo vemos ya en
acción: esta habilidad le ha permitido vivir sin llamar la atención: apostar
poco, ganar poco, moverse de casino a casino, ciudad a ciudad. En uno de ellos
coincide con una presentación de John Gordo (Willem Dafoe), representante de
una compañía de seguridad y ahí conoce a Cirk (Tye Sheridan), joven que le ha
reconocido como uno de los excompañeros de su padre, quien fuera reclutado e
instruido por Gordo para torturar a prisioneros en Abu Ghraib. Dado de baja con
deshonor, se dio a la bebida, a golpear a su mujer e hijo, hasta que ella les
abandonó y el hombre se suicidó. Ahora quiere capturar, torturar y matar a
Gordo, por lo que le pide apoyo a William. Por su parte, éste ha recibido la
oferta de Lalinda (Tiffany Hadisch), una agente de jugadores para que se
integre a su “establo” y participe en torneos mundiales. William se interesa en
el caso de Cirk y acepta, por lo tanto, el ofrecimiento de la mujer. Esta será
la base de los acontecimientos siguientes.
El
maestro Schrader retorna al cine luego del éxito de El reverendo (First
Reformed, 2017) y muchos obstáculos previos o fracasos de taquilla y
crítica. A los 75 años, el guionista de Taxi Driver (Scorsese, 1976) y
realizador de joyas ya clásicas (Gigoló americano, 1980; La marca de la
pantera, 1982; Días de furia, 1997; entre muchas otras), mantiene su
interés hacia el cine marcado por la espiritualidad o personajes que prefieren
una existencia dentro del ascetismo (a su manera). Como en otras películas, no
hay un desarrollo lineal de personajes, ni la trama se entretiene en las
pasiones esperadas: en este caso, no importa si se está ganando o perdiendo
dinero. William tiene la costumbre de llegar a su cuarto de motel y cubrir
todos los muebles con mantas evitando color y, tal vez, dentro de su neurosis,
gérmenes, pero más allá, de la suciedad, insalubridad, mugre, de las mazmorras
donde se torturaba implacablemente a prisioneros, para luego fotografiarse con
ellos para sellar la humillación como seres humanos. Todo ello aparece en una
secuencia onírica. La cinta es tan rica en detalles que todo comentario será
siempre incompleto, sobre todo si no se desea revelar lo que acontece para que
el espectador se sorprenda.
Los
personajes de Schrader desean purgar su culpa. William asegura que jamás pensó
que estar encarcelado le vendría bien. Su anhelo, en realidad, sería mantenerse
en ese estado. En su espalda lleva tatuadas dos frases: “Confío mi vida a la
providencia. Confío mi alma a la gracia” (que forman parte de la letra de una
canción, referencia de otro trabajo del realizador) que vienen a enfatizar el
sentido espiritual de William. En su caso, el pasado ha vuelto para
obsesionarlo con la realidad de su existencia: la presencia de Cirk trae de
vuelta terribles recuerdos que reflejan su traición hacia la democracia y hacia
sí mismo al convertirse en animal que atacaba a sus semejantes. El deseo de
venganza de Cirk se transforma en la percepción de William: su intención es que
el joven pueda rehacer su vida como una forma de redención, de limpieza moral
al hacer en otro lo que fue incapaz en muchos. No obstante, hay un problema de
empatía.
La
cinta ocurre en los casinos, en los moteles u hoteles. Todo es oscuro, en medio
de personas cuyas vidas se rigen por el gusto del azar, la ludopatía, la
ambición que lleva a la nada y el vacío. Hay una secuencia donde Lalinda y
William pasean por un espectáculo de luces en un parque. Es el momento en que
parece que la trama tomará otro rumbo, pero es simplemente un respiro. El
maestro Schrader, autor de “Trascendental Style in Film”, texto seminal en
cuanto al estudio de la espiritualidad en el cine de Ozu, Dreyer y Bresson, de
los cuales ha mantenido su admiración y aplicación en el cine que filma,
alcanza niveles supremos en esta cinta que no tiene igual si se le compara con
otros títulos del cine contemporáneo norteamericano. La cinta entretiene: no es
una película de ritmo lento, sino que va construyendo su narrativa: el
espectador se va enterando, indirectamente primero, luego con imágenes,
finalmente con acción, de lo que desea compartir el maestro Schrader. Lo que
debe aplaudirse es que no se regodea con las escenas de tortura y evita una
secuencia directamente que vendría a traicionar su estilo.
Oscar
Isaac muestra su versatilidad en un año de mucha actividad y presencia en
pantallas. Tiffany Hadisch, principalmente comediante, se encuentra con un
personaje que resulta opuesto a los que interpreta. Tye Sheridan, el joven
actor lanzado por Spielberg a la fama, sustituyó a Shia Laboeuf cuando éste no
pudo participar y Nicolas Cage se lo recomendó al director. El trío de actores
(Dafoe aparece incidentalmente) resulta formidable en este manifiesto sobre la
crueldad humana y su posible redención, aunque sin que se justifiquen las
acciones que la provocaron. Al final, como buen admirador de Bresson, unos
dedos se unen contra un muro de vidrio que separa: eso nos pide Schrader,
mantener una distancia y dar rienda suelta a la reflexión.
El director Paul Schrader y su elenco en Venecia 2o21