viernes, 20 de marzo de 2020

UNA METÁFORA DEL MUNDO


EL HOYO
2019. Dir. Galder Gaztelu-Urrutia.
         En esta producción catalana, estrenada por Netflix, Goreng (Iván Massagué) es un hombre que ha entrado voluntariamente a “El hoyo”, por un lapso de seis meses, porque piensa que es la mejor manera de dejar de fumar y tener todo el tiempo necesario para leer “El Quijote”. “El hoyo” es un edificio vertical que tiene un hueco cuadrado central que lo atraviesa, a través del cual baja una plataforma que contiene una gran cantidad de comida y que se detiene por cierto tiempo para que los dos habitantes que se encuentren en cada piso, consuman lo que deseen. Según va bajando, la comida disminuye y es un hecho que, en cierto punto, quienes se encuentran en los niveles más bajos, no alcanzarán nada. Al iniciar la película Iván abre los ojos para encontrarse en el piso 48, número que se encuentra impreso sobre la pared. Su compañero es el viejo Trimagasi (Zorión Eguileor) quien le irá contando la realidad del lugar. Al llegar la plataforma, Goreng se da cuenta de que lo que hay sobre la misma son sobras, algo que le da asco, sobre todo cuando nota la manera en que el viejo se lanza a devorar lo que puede, ya que el tiempo es limitado, por lo que prefiere no comer. Así pasan unos días hasta que no le queda más que acercarse y tomar lo que encuentra menos asqueroso. Se irán sucediendo los meses -cada mes se les cambia de piso sin saber en cuál nivel les tocará: la numeración va de menor a mayor, siendo los primeros números, los de obvios privilegios-. Goreng pasará al 171 que será prueba de supervivencia y luego al 33, el 202 y finalmente al 6. 
Goreng (que en indonesio
quiere decir "arroz")
La cocina abundante,
privilegiada, nivel cero
Comer las sobras que pudieran
estar con escupitajos
         Se está hablando de una distopía por supuesto, pero la película tiene mucho contacto con la realidad en que estamos sumergidos (mucho más ahora con la pandemia y la manera en que hemos respondido como habitantes y víctimas de un mal general que no respeta diferencias). Hay que considerar a este edificio como una metáfora del mundo, pero hay infinidad de lecturas posibles. Esta verticalidad nos refiere a hablar del norte y del sur, de ricos y pobres considerándolos desde una clase alta en diversos estratos hasta bajar a la más miserable. La película enfrenta al espectador consigo mismo para que reflexione sobre la distribución de la riqueza, tema que en este mundo sobrepoblado es bastante significativo: ¿cómo responderíamos si de pronto nos viéramos con la abundancia absoluta?, ¿qué haríamos si despertáramos dentro de las peores condiciones? En la película, quienes se encuentran en los pisos superiores reciben manjares intactos e higiénicos: imágenes en edición rápida, muestran cómo se toman grandes cantidades de comida con las manos, despedazando pasteles o arrancando piernas de aves, porque hay mucho, por lo tanto es natural el desperdicio; pero también se nota cuando llegan las sobras (escupidas, por ejemplo), que se comen porque al final de cuentas es comida (sucia y despreciada, pero comida).
La primera experiencia de la plataforma
para Goreng que le produce asco
         Cada nivel en el cual se encuentre Goreng llevará a diversas reacciones. Más al fondo, más obscuridad, al grado de pensar en la supervivencia del más fuerte, alcanzar el canibalismo si no queda otra alternativa. Goreng tendrá como compañeros, luego del inicial Trimagasi, a una mujer, Imoguiri (Antonia San Juan) quien era empleada de la administración de este edificio (es quien explica a Goreng que el nombre oficial es Centro Vertical de Autogestión) y quien se encargaba del ingreso de criminales o de personas que llegaban por su propia voluntad. Ella decidió, por una cuestión personal, entrar al lugar para ir creando una mejor sociedad a través del entendimiento y de una solidaridad espontánea. Goreng le hace ver que eso es imposible, porque cada quien vela por sus propios intereses y beneficios. En otra experiencia, su compañero es Baharat (Emilio Buale), hombre de color a través del cual intentará una solución: el encuentro de un mensaje que permita a la administración recapacitar y sea un símbolo de pureza y esperanza.
Imoguiri como funcionaria del CVA
antes de ingresar como voluntaria
         Una cinta riquísima en interpretaciones que, de todas maneras, resulta perturbadora en algunas secuencias de gran crudeza: se expone aquello a lo cual cerramos los ojos (de hecho, provocan que no queramos seguir viendo). Y sin embargo, acapara la atención ya que resulta entretenida e interesante. Aparte su duración es adecuada: 90 minutos que se van como si fuera agua entre los dedos, aunque dejando tras de sí muchas inquietudes. Esa es otra de las maravillas del buen cine. Ópera prima de su realizador, ganadora de premios en Sitges y Toronto.
El director Galder Gaztelu-Urrutia
da indicaciones a Antonia San Juan



        

No hay comentarios:

Publicar un comentario