SICARIO: EL DÍA DEL SOLDADO
(Sicario: Day of the Soldado)
2018. Dir. Stefano Sollima.
Retornan los personajes del abogado vuelto mercenario Alejandro Gillick (Benicio del Toro) y el consultor (ejecutor) del Departamento de Justicia Matt Graver (Josh Brolin) porque han ocurrido actos terroristas en Estados Unidos. Los responsables del acceso de estos criminales suicidas se debe a los cárteles de la frontera que ayudan a su entrada ilegal al país vecino. Debe, entonces, buscarse la manera de que los cárteles se peleen entre sí para tener un pretexto de ataque y eliminación. Se secuestra a la hija del mafioso Reyes, Isabel (Isabela Moner) haciéndolo pasar como acción del cártel rival pero las cosas se salen de control.
La acción inicia en la frontera con Estados Unidos donde un terrorista se inmola matando a policías norteamericanos. Luego, varios de estos hombres cometen los mismos actos suicidas en un supermercado en Kansas City. Graver busca al líder somalí que permite el traslado de estos tipos hacia México para, de ahí, pasarse al otro lado. Deben detenerse estos accesos: Graver viaja hasta Bogotá buscando a Alejandro quien tiene pendiente, además, la venganza por la muerte de su esposa e hija a manos de Reyes. Los hechos suceden con rapidez y no se detiene ante fronteras o soberanías: en todos lados hay corrupción, pactos de pseudo caballeros (porque finalmente se traiciona al otro) y la fina línea que separa al bueno del malo, ya se desdibuja. La gran diferencia de esta cinta con la original (Sicario, 2015, Denis Villeneuve) reside en el escrúpulo moral que representaba la agente Kate (Emily Blunt), quien ya no aparece aquí, y dejaba de lado todo, asqueada por los manejos amorales de sus colegas.
La gran ventaja es que sigue siendo el mismo guionista (Taylor Sheridan, quien, sin embargo, ha decaído en calidad: sus últimos trabajos han sido muy deleznables: Aquellos que desean mi muerte o Sin remordimientos) por lo que se mantiene la unidad de trama y objetivos de los personajes. Alejandro se redondea al ser humanizado (utiliza el lenguaje de señas con un sordomudo porque su hija tenía esa discapacidad; la alternativa de vengarse en la persona de Isabel está siempre contenida) y hasta tiene un final casi inverosímil aunque todo se debe a una razón: la siguiente secuela (que la poca taquilla y luego la pandemia, evitó). Matt sigue siendo ajeno a las reglas y no se detiene ante la destrucción o el desprecio hacia los seres inferiores (no puede evitarse: la cinta tiene su matiz racista). Nada importa si se busca mantener la paz, si se quiere limpiar la casa de uno sin que les importe las de los otros.
Hay un personaje secundario desde el inicio de la cinta: Miguel (Elijah Rodriguez) quien es el aspirante a hampón, a pertenecer a los crueles cárteles donde solamente importa cumplir órdenes. De alumno de escuela que vive en la frontera norteamericana, junto al río, en McAllen, su primo lo introduce al coyotaje haciéndole ganar mucho dinero y presentándolo al operador de estos cruces ilegales, Gallo (Manuel García-Rulfo, siempre excelente). Su lealtad lo llevará a un conflicto de conciencia (aquí se desvía, indirectamente, la personalidad de la soldado Kate en la cinta original, aunque sin contundencia) que, no obstante, seguirá marcándolo para la vida.
El realizador Sollima (hijo de Sergio Sollima quien, en los años sesenta, filmaba cintas de gladiadores, caballitos a la italiana o tramas violentas como Asesino vengador con Charles Bronson antes de que alcanzara su segundo aire, y el estrellato, con la serie de El vengador anónimo y otras cintas afines) mantiene una narración firme, plena de suspenso. Su experiencia, más que nada en series de televisión (Gomorra), con el tema de la mafia y el crimen sin sentido, se nota en esta interesante película (y su último ofrecimiento fue decepcionante: Sin remordimientos, a pesar de la presencia de Michael B. Jordan).
Finalmente, es una triste realidad que el cine nos la muestre de manera tan cínica aunque sabemos que en lo cotidiano es peor, plena de injusticias, abusos, venganzas infinitas. Por otro lado, es una cara del país vecino donde la prepotencia y el hartazgo por la violencia da lugar a estas denuncias que siempre serán peores de nuestro lado: al acusar al otro, surge de inmediato el reflejo, como en un espejo, indicando que, en realidad todos somos culpables. El mundo ha decaído, la corrupción es rampante y no se elimina, ni se eliminará, por decreto (como tanto insiste el anciano que merodea por el Palacio Nacional).
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