miércoles, 7 de abril de 2021

EL GRAN SALTO

EL PRIMER HOMBRE EN LA LUNA
(First Man)
2018. Dir. Damien Chazelle.

         El título nos indica que la cinta se centrará en el personaje: Neil Armstrong, quien fue el primero en poner un pie sobre nuestra querida luna lunera. La época son los años sesenta desde 1961 cuando Armstrong era piloto de peligrosos aviones que probaban velocidades, gravedad y atmósfera para luego pasar sucesivamente a su reclutamiento como astronauta, los entrenamientos, las pruebas, hasta llegar al momento estelar en su vida. Alternadamente se narra su vida familiar, sus experiencias personales, su reticencia a mostrarse abierto debido al constante riesgo, a las muertes a su alrededor, al temor de que posiblemente sería el último día de vida.

         Una película que narra un hecho harto conocido, y que se filmó cuando se acercaba su cincuentenario, del cual conocemos el resultado, no puede crear suspenso. No obstante, la cinta está tan bien planeada que la amenaza está presente, la intriga de lo que sucederá (porque sabemos y se muestran desgracias que ocurrieron en el camino) y el desarrollo del viaje, algo que nunca se vio durante las primitivas transmisiones en blanco y negro que nos tocó ver cuando éramos jóvenes (junto con otros cuatrocientos millones de personas en el mundo para gritar de júbilo al ver y escuchar esas sombras que estaban en la luna, sin poderlo creer). No obstante, esto es accesorio para intentar comprender a ese primer hombre,

         ¿Por qué Damien Chazelle dirige esta cinta? Es su cuarto largometraje (el primero fue anterior a su éxito de crítica Whiplash, luego La La Land y ahora la que estamos comentando. Ya no está la música involucrada pero en estas tres tenemos personajes que desean ir más allá de lo habitual, alcanzar cierta notoriedad en sus vidas, destacar en lo que demuestran su valía. En las tres películas existe el ánimo de sobrepasar obstáculos: el mentor sádico y demandante del baterista en la primera; las pasiones amorosas que detienen los anhelos y se vuelven reticencias, pequeños reclamos en la segunda; y finalmente están estos temores, la pérdida que desampara y produce tristeza: Armstrong no se recupera de la muerte prematura de su primogénita apenas con dos años por un cáncer fulminante. Estamos ante un realizador fiel a su discurso e inquietudes personales.

         Y luego está la perfección técnica. La narración visual, así como las composiciones fotográficas que en algunos momentos son magistrales. Los reflejos en vidrios o cascos espaciales sirven para acrecentar la distancia o disminuir esa lejanía. Las tomas internas en las cápsulas de viaje o los ejercicios en módulos experimentales son caleidoscópicos en estos y claustrofóbicas en aquellas. La secuencia lunar es impecable y se llega a la famosa frase que se volvió inmortal, sobre todo en esos años cuando estaba la guerra de Vietnam, las protestas estudiantiles, aparte del rechazo público por el gasto excesivo de la NASA mientras había, como siempre, terribles carencias terrenales.

         Es el retrato de un hombre singular dentro de una misión singular. Es la recreación de una época cuyo logro tecnológico resulta espectacular y casi imposible en esos años. Es la representación del amor familiar entre una pareja poco expresiva pero que se demostraba amor y el sentimiento persiste desde la primera hasta la última toma (vea la imagen de ellos bailando). Personaje, tiempo, familia, contexto: los hijos de Armstrong fueron supervisores para que todo se realizara de manera fiel y quedaron satisfechos. El libro biográfico (casi 800 páginas) en que se basa hubiera dado lugar a una serie completa: el gran acierto de la cinta es presentarnos la esencia de su personaje.

Ryan Gosling con su director Damien Chazelle



 

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