(The Courier / El mensajero)
2020. Dir. Dominic Cooke.
En una reunión del premier soviético Khruschev, se lanzan diatribas contra los Estados Unidos. Se habla del poder nuclear que permitiría respuesta inmediata en caso de algún ataque por parte de los norteamericanos. Es 1960 y la tensión entre ambos países es álgida. El general Oleg Penkovsky (Merab Ninidze), temeroso de que los resultados sean fatídicos para la humanidad, envía un mensaje a su contacto norteamericano Emily (Rachel Brosnahan) la cual, a su vez, busca a su contraparte británica del MI-6 británico. Ambos deciden reclutar a Greville Gwynne (Benedict Cumberbatch), vendedor, comerciante, quien ha hecho negocios con otros países detrás de la cortina de hierro, para que aliste una reunión con los soviéticos. No se le informa de nada porque sería mejor en caso de que hubiera algún problema: simplemente mensajes que deberá entregar a una persona que traerá un pisacorbatas igual a uno que le entregan. Se le solicita gran discreción y, de esta manera, comienza una cadena de espionaje que se alargará por casi dos años. Greville conocerá a Oleg, un general preocupado por el mundo y su familia.
Basada en hechos reales, la cinta recrea uno de los tiempos más difíciles para la política internacional. La presencia de un impulsivo y prepotente gobernante como Khruschev era una amenaza para el mundo. A pesar de que en ese momento el poderío nuclear era mayor en los Estados Unidos, la Unión Soviética no presentaba escrúpulo alguno en provocar una hecatombe cuyos efectos serían el fin del planeta. Algo que hemos visto en muchas cintas de ciencia ficción era posible realidad en esos inicios de década: el temor cotidiano de la necesidad de construir refugios particulares en los hogares dio lugar a una paranoia general. El episodio que se presenta en esta película tuvo que ver con el establecimiento de bases nucleares en Cuba y su descubrimiento se debió precisamente al intercambio entre Greville y Penkovsky: dos personas que pudieron hacer un bien por la humanidad.
La
cinta nos habla de esos tiempos y de los procesos de espionaje que debían
realizarse ante la falta de tecnología que ahora se han simplificado: para los espectadores
jóvenes será una gran curiosidad ver las cámaras pequeñas que servían para la elaboración
de microfilmes o la presencia de aparatos primitivos de radio para escuchar
transmisiones internacionales. Sin embargo, lo más importante, es la parte
humana de la cinta. Greville está consciente del peligro, aunque jamás de lo
que implica su misión (ni siquiera sabe el código con el cual se nombra a su contacto: Ironbark). La relación con Penkovsky va creando un lazo de amistad
que les lleva a platicar sobre sus familias (de hecho, Greville alcanza a
conocer a la esposa e hija del general) y a compartir los sueños para una mejor
vida futura. De hecho, estos actos, sin que sea de su conocimiento, están
propiciando que haya un porvenir para la humanidad.
Las
actuaciones precisas y contenidas de ambos actores: el británico Cumberbatch ya
ha demostrado su parsimonia inglesa que requiere el personaje. El georgiano
Ninidze refleja la seguridad y el temor oculto de ese general que se sabía
traidor a su patria para beneficio de la humanidad. La cinta recupera esa época
mostrando, como siempre, el contraste entre las restricciones de las naciones
socialistas (la frialdad de sus edificios equiparable a sus autoridades, las
estrecheces de vida cotidiana, la espectacularidad de sus manifestaciones
artísticas) contra las libertades del exterior (los twists de Chubby
Checker, las facilidades urbanas, los problemas sentimentales). Tenemos otra
comprobación del amable destino que nos tocó vivir o ¿imaginan qué sería de
este planeta si se hubieran lanzado los misiles nucleares? Dos personas contribuyeron
a que disfrutemos del internet y compartamos tonterías, sobre todo, por las
redes sociales.
El director Dominic Cooke dando indicaciones a su actor
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