miércoles, 3 de junio de 2020

CRÍMENES Y PECADOS


CAPONE
2020. Dir. Josh Trank.
         Capone o la decadencia del monstruo. Son los años cuarenta y Al Capone (Tom Hardy, extraordinario como siempre) vive en su mansión de Palm Island, en Florida, aunque la situación económica es difícil. Luego de pasar once años en la cárcel (en 1931 se le encarceló por deudas al fisco, porque siempre fue muy astuto para que no se le ligara directamente a la prostitución, el contrabando y los asesinatos), se le permitió retornar con su familia debido a los problemas físicos motivados por una sífilis adquirida durante la adolescencia, nunca atendida, que le ha vuelto una piltrafa humana. Su esposa Mae (Linda Cardellini), resignada y paciente, debe lidiar con sus problemas de incontinencia: Capone se orina en sus pantalones y defeca estando en la cama. 
         La cinta no es anecdótica, ni pretende narrar puntualmente los últimos tiempos de su vida. Es una película revisionista del género gangsteril (como lo menciona el crítico Armond White), que viniera a ponerse de moda entre las nuevas generaciones gracias a la serie de The Sopranos (1999 – 2007) y, en la última parte del siglo pasado, con Caracortada (1983, De Palma), Los intocables (De Palma, 1987) y El padrino III (Coppola, 1990). No es la típica película de acción: es la reflexión sobre un género a través de un personaje, y al utilizar a Capone, se recupera al hombre cruel, sádico, libertino, cuando ya se encuentra derrotado, sombra de aquellos tiempos prepotentes, al cual no le queda más que revivir mentalmente instantes que le fueron cruciales (La matanza de San Valentín, la mujer que le dio otro hijo, el amigo al cual mató a traición y cuyos ojos le persiguen hasta siempre). Ante la incapacidad física (derrame cerebral, demencia senil, la incontinencia de vejiga e intestinal) y el delirio de persecución, Capone debe recurrir a la fantasía: el amigo asesinado que lo lleva de pesca, los amigos que se reúnen con Louis Armstrong como variedad previa a una masacre o la muerte de todos sus enemigos gracias a una ametralladora dorada. 
         El monstruo recuerda sus instantes de gloria que se han vuelto ceniza. Y estas obsesiones le han llevado a la confusión total: diez millones de dólares que no recuerda dónde escondió (y por lo cual el FBI le vigila y persigue). Además está la imagen de Tony, su hijo ilegítimo, personaje creado para este drama ya que no hay evidencia de que existiera. Tony viene a representar la inocencia (los tiempos mejores) que se ha perdido. Ahora, como siempre, la incomunicabilidad con lo que viene a ser otro fantasma del pasado: pasado al cual se aferra. Tony, niño, con su globo dorado, al cual nunca puede acercarse. Tony, adolescente que busca el contacto pero siempre encuentra barreras para hacerlo. Tony, último vestigio de todo aquello que nunca más volverá a ser.
         Tom Hardy ofrece otra de sus grandes actuaciones camaleónicas. Transformado en el hampón con cara cortada, envejecido prematuramente (Capone moriría a los 48 años, pero su físico correspondía a dos décadas extra), observa con esos ojos inyectados de sangre, cuyas pupilas parecen desbordarse, para confundir realidad con imaginación, el recuerdo con la ilusión. El sempiterno puro grueso que debe sustituir por una zanahoria para darse la idea de que lo trae todavía. Hardy representa al hombre que fue indigno en sus actos y que, ahora, en la enfermedad y con años encima, resulta vergonzante efigie de sus crímenes y pecados.
Josh Trank, director. 
Tom Hardy, gran actor.

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