EL CAZADOR
2019. Dir. Marco Berger.
Ezequiel (Juan Pablo Cestaro) es un
joven de quince años que se acaba de abrir a su naturaleza homosexual. Busca
entre sus compañeros a alguien que comparta su orientación o va a los parques
donde observa a otros jovencitos. Cierto día se fija en un adolescente, Mono (Lautaro
Rodríguez), mayor que él, quien corresponde a sus miradas. Intercambian
teléfonos y Ezequiel le invita a su casa ya que se encuentra solo porque sus
padres andan de viaje. Así inicia su intimidad. Mono le invita a pasar un fin
de semana en la casa de su primo Chino (Juan Barberini) quien les deja solos por
irse a ver a su novia, por lo que tienen relaciones sexuales. Al volver a casa,
pasan los días y Mono desaparece. Luego, Ezequiel recibe un vídeo que le manda
Chino con imágenes de su noche con Mono. Es una extorsión, ya que se trata de
un negocio de vídeos de pornografía infantil: para evitar que salga a la luz,
le pide que le consiga otros jovencitos para repetir las mismas acciones que
Mono realizó con él. Ezequiel comienza a seducir a Juan Ignacio (Patricio
Rodríguez), un niño de catorce años que parece presa fácil.
Séptimo largometraje (aparte de
cortometrajes y documentales) de uno de los mejores directores argentinos
contemporáneos, cuya obra ha incidido en diversos aspectos de la temática gay.
En este caso se dedica al tema de la trata de personas y de la pornografía
infantil, aunque de manera indirecta. Ezequiel es víctima que debe
transformarse en otro depredador que lo sedujo para tornarse en “cazador” de
seres inocentes. Tal como le explica Chino, cuando se abre de capa, Mono ya
está muy grande para seguir encontrando posibles presas que puedan ser
seducidas. Se requiere de jóvenes que tengan la capacidad de atraer a otros
menores de edad, sensibles e inocentes. Ezequiel tiene quince años y, según
confiesa a Mono, apenas lleva dos meses de haber tenido su primera experiencia
homosexual. Está consciente de su orientación y busca su satisfacción. Al seducirlo,
Mono no está corrompiendo, sino satisfaciendo un deseo. Ezequiel, por su parte,
tiene en la mira a un muchachito inquieto por su identidad sexual pero virgen
todavía.
Una toma muestra a Ezequiel tras un
vidrio en el cual se refleja, sobrepuesta, la imagen de Mono: es el cambio de
estafeta en su carrera de seducción. Sin embargo, contra la frialdad de Mono,
Ezequiel se ha enamorado (y luego sabremos que es correspondido por Mono) y en
su mente está el romanticismo propio de la edad. Las cosas cambian cuando entra
la conciencia de su encomienda. La cinta es una reflexión sobre este tipo de
explotación clandestina patrocinada por la perversión y los intereses
comerciales. Chino le hace ver a Ezequiel que es material que va hacia las
zonas oscuras de internet y a diversos países extranjeros.
No obstante, para quienes conocemos la obra de Berger, este “Cazador” resulta ser menor si se le compara con sus cintas previas. Está algo desequilibrada en su narración porque ofrece más tiempo a la experiencia de Ezequiel para resolver de manera algo abrupta su problemática posterior. Es interesante por todo el proceso que se muestra y no llega a ser gráfica, ni permite planos gratuitos. Mono y Ezequiel están muy bien construidos y vienen a ser los personajes más sólidos de la película que se descompensa más adelante. Muy alejada de la obra maestra de Berger que es Ausente (2011), con la cual ganó el Teddy en el Festival de Berlín, donde se mostraba a un adolescente obsesionado por un profesor que lo rechazaba, al cual luego acosaba, para convertirse, por su accidental muerte, en sentimiento de pérdida. O de la extraordinaria Hawaii (2013) donde el acercamiento entre dos hombres muy distintos provocaba que se aceptaran y consumaran su deseo sexual, algo semejante a otras de sus cintas (Plan B, Un rubio, Taekwondo). Siempre existe una tensión sexual que debe terminar en la consumación. Ahora, El cazador nos lleva a otro plano donde prevalece la conciencia y la autoinmolación.
El realizador Marco Berger
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