ORFEO
(Orphée)
1950. Dir. Jean Cocteau.
“La Historia consiste
de verdades que, al final,
se transforman en
mentiras, mientras que el Mito
consiste de mentiras
que finalmente
se convierten en
verdades.”
Jean Cocteau
Orfeo (Jean Marais) es un poeta prestigioso y admirado, quien sufre de la envidia de la comunidad literaria y del fervor público. Al concurrir al Café des Poètes, llega un joven rival, Cegeste (Edouard Dhermite), popular entre cierto grupo de jóvenes seguidores, en compañía de su editora, a la cual se refieren como princesa (María Casares), y Heurtebise (François Périer), el chofer del lujoso auto en el cual se transportan. Cegeste inicia una pelea y durante el conflicto, escapa para ser atropellado por un par de motociclistas. La princesa le pide a Orfeo que le ayude a subir el cuerpo al automóvil y que le acompañe como testigo, para llevarlo al hospital. En realidad, lo lleva por caminos desconocidos hacia un lugar en ruinas, su propiedad, donde abiertamente se presenta como la Muerte, en una de sus tantas formas. Sin embargo, Orfeo no pertenece a esa dimensión y es devuelto a su casa junto con el fiel Heurtebise. En el auto, la radio va repitiendo frases poéticas que Orfeo va transcribiendo apasionadamente. Esta fijación hace que el poeta se desentienda de Eurídice (Marie Déa), su esposa. La Muerte, obsesionada con Orfeo, hace que la mujer sea atropellada y muerta por sus esbirros para que el poeta quede libre. Al enterarse, Orfeo, impelido por Heurtebise, quien se ha enamorado de Eurídice, viaja hacia la casa de la Muerte, más con el afán de reencontrarla a ella que a Eurídice…
El realizador Jean Cocteau (1889 – 1963) fue un artista multifacético: pintor, poeta, dramaturgo, cineasta, entre muchas otras actividades artísticas. Su escasa labor como director se distingue por su trilogía poética (La sangre de un poeta, 1932; Orfeo, 1950; El testamento de Orfeo, 1960) donde su obsesión se centra en la inmortalidad del arte y la importancia del poeta para su creación. Utilizando el mito de Orfeo, donde el músico tracio viajaba a los infiernos para recuperar a su amada Eurídice y luego, perderla para siempre, sirve como pretexto para una reformulación donde lo que se destaca es al amor que es más fuerte que la muerte, además de exaltar la creatividad poética. En esta fábula mitológica, Orfeo será quien enamore a la Muerte, tanto por su belleza física como por su entrega a la poesía (contra el mito donde Orfeo es músico y ama perdidamente a Eurídice), haciendo que se transgredan las leyes naturales. La Muerte llegará al extremo de quitar la vida a la mujer de su amado con la intención de tenerlo para ella misma a conformarse con asistir todas las noches a observarlo mientras duerme. Estamos ante la confirmación de que la belleza aniquila a la bestia, que en este caso es la depredadora natural, aquella con la cual todos tenemos una cita arreglada con fecha incierta.
La cinta, filmada en 1949, y estrenada en el Festival de Cannes, en marzo del año siguiente, está ambientada en la atmósfera existencialista que fue producto de la posguerra. Las escenas iniciales ocurren en el Café des Poétes donde se reúne la inteligencia joven, la generación que busca otras salidas ante la devastación que pocos años atrás sufrieron. En lugar de las Bacantes que destrozaron a Orfeo, luego de la pérdida de Eurídice, estamos ante una liga de mujeres que defienden sus derechos y a la cual aquella pertenecía. Se alterna un plano real, con otro surrealista (las ruinas del infierno, como metáfora del que se acababa de vivir durante la guerra). Cocteau, con el apoyo de su excelente fotógrafo, Nicolás Hayer (El cuervo de Clouzot o Pánico de Duvivier, entre muchas otras joyas), ofrece impactantes efectos especiales donde los cuerpos atraviesan espejos (que son puerta hacia el reino de la muerte) o unos guantes que se adhieren a las manos o los muertos que caen y se levantan de inmediato, gracias al celuloide proyectado al revés, lo mismo que la fotografía revertida al negativo, o la mezcla de proyecciones al fondo con actores en otro plano frente a ellas, que para su tiempo estaban delicadamente realizados y perfectamente editados. Esos escenarios más la forma de la cinta le da un matiz que refleja, sin duda, el tiempo en el cual estaba inmersa la acción. María Casares ofrece una interpretación magnética de la Muerte enamorada, y Marais despliega la belleza que tanto impactó a su mentor y amante Cocteau.
Orfeo nos presenta al artista entregado a la pasión de su creación. Hurga en la oscuridad de extrañas transmisiones radiales para captar la esencia de la expresión poética y, además de gozar por este privilegio, no le importará el amor hacia su esposa mientras se encuentra bajo el hechizo de la muerte. Orfeo no bajará al infierno para rescatar a Eurídice sino para reencontrarse con la Muerte que verá correspondido su amor, aunque esto sea imposible. Busca a la fuente de ese poder mágico que lo incorporó a una dimensión que está más allá de la vida y de la realidad. La Muerte, al final de cuentas, sabrá que habrá que dar marcha atrás y volver al equilibrio inicial para que se cumpla el destino, en verdad, inalterable.