VAL
2020. Dirs. Ting Poo y Leo Scott.
Val Kilmer, actor icónico desde los años ochenta, tuvo la suerte de nacer dentro de una familia acomodada que pudo ofrecer tanto a él como a sus hermanos, los medios para filmar desde pequeños tanto sus cintas familiares como los juegos de actuación que surgían, primero desde la creatividad del hermano mayor, Wesley, hasta sus primeros intentos dentro de las artes. Val cuenta que desde que pisó un escenario y escuchó las risas y los aplausos, quedó enganchado y supo que esa debería de ser su vida que, este documental narra. Kilmer tuvo la precaución y la afición de grabar todo lo que podía desde que era estudiante, luego actor de teatro, y posteriormente en las filmaciones de películas. Uno debe de resaltar el hecho de que, entre cientos de cajas con películas de todo formato, lo mismo que cintas de video, se pudieron seleccionar los fragmentos que permitieron construir el contenido que se ofrece al espectador. Labor titánica y que hubiera sido magnífica para otras historias de vida. Solamente por eso, el documento se convierte en autobiografía en imágenes.
Kilmer nació el último día de 1959. Tuvo otros dos hermanos: el mayor fue el que incitó a la creación, pero, por desgracia falleció a los quince años por un accidente. A pesar de la separación de sus padres, todo fue armonioso. El joven Kilmer fue aceptado (siendo el estudiante más joven aceptado hasta entonces) en la prestigiosa escuela Juilliard, en Nueva York, y pronto, entró al escenario teatral profesional. De ahí, surgió la primera oferta de Hollywood ( la deliciosa parodia del género de espionaje, ¡Super Secreto!, Zucker, Abrahams y Zucker, 1984) y el contrato con la Paramount que lo llevó a participar en Top Gun (Tony Scott, 1986), con la cual ya se fue posicionando entre el público. Más adelante vendría The Doors (Stone, 1991) donde pudo demostrar su valía como actor.
El documental se narra desde el presente: en 2014, Kilmer perdió la voz. Se le diagnosticó cáncer, pero pudo vencerlo. No obstante, tiene que hablar a través de un dispositivo que deforma su voz. Hay secuencias conmovedoras: Kilmer en una de las “Comic-Con”, donde asiste para firmar fotos y objetos, por medio de un pago, a los fanáticos que asisten y que lo recuerdan por sus roles en las cintas que le hicieron popular (la mencionada Top Gun o su participación en Batman eternamente) y hay un momento en que pide descansar, luego tiene que vomitar en un tambo de basura, antes de ser trasladado en una silla de rueda cubierto por una manta. En otra de ellas, asiste a un pueblo de Arizona donde se filmó Los justicieros (Tombstone, 1993) para fotografiarse con los asistentes a una proyección de la cinta al aire libre. Kilmer comenta que nunca imaginó que llegaría a eso, pero deben de pagarse deudas y sobrevivir.
En el documental, Jack Kilmer, su hijo, es quien toma la voz narrativa en los momentos del pasado. Solamente en el tiempo presente, el mismo Val se esfuerza para comentar sobre su realidad. La película ofrece otros aspectos que rompen o subrayan mitos. Por ejemplo, hay grabaciones de la filmación de La isla del Dr. Moreau (1996), donde Kilmer comenta que el primer director, Richard Stanley, no pudo manejar una gran producción, por lo que se le sustituyó con John Frankenheimer, prestigioso creador de diversas joyas (El embajador del miedo o El hombre de Kiev, entre muchas otras), quien tuvo muchos problemas con el carácter del entonces inmenso Marlon Brando, ídolo de Kilmer (aunque ya una piltrafa obesa), quien en ocasiones no asistía a la filmación y se le sustituía con dobles gracias al maquillaje y a prótesis. Hubo muchas tensiones, al grado de que Frankenheimer juró no volver a trabajar con él.
Val
Kilmer pertenece a la camada de Hollywood que habitó películas ya entrañables
desde los ochentas hasta entrado el siglo (la muy subestimada Entre besos y
tiros, 2005, por ejemplo). Al estar en una etapa de consolidación madura,
presentando un monólogo sobre Mark Twain, llegó esta terrible prueba para un
actor: la pérdida de la voz. Val es un retrato fascinante donde un actor
decide autoconfesarse y pedir perdón a quienes debe algo o establecer su propia
calidad, mostrando aquello que fue bueno y que le dejó satisfacciones. Un
retrato admirable y conmovedor con imágenes que dan testimonio de etapas y
tiempos, de felicidad y tristeza, de rueda de la fortuna que a veces está
arriba y luego baja…
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