viernes, 17 de julio de 2020

LA AUTOFICCIÓN


TOMMASO
2019. Dir. Abel Ferrara.
         Tommaso (Willem Dafoe) es director de cine. Vive en Roma con su esposa, más joven que él, Nikki (Cristina Chirac) y su hija de tres años Dee Dee. A lo largo de la película se mostrará su asistencia a las juntas de Alcohólicos Anónimos (ya tiene años de abstinencia, pero no deja de participar), sus lecciones de técnicas para actores noveles o las clases de italiano que él toma con una maestra particular. Las desavenencias con la esposa, las mínimas infidelidades, las pláticas con los taxistas que lo trasladan a su casa, sus problemas con el guion que está preparando, además de sus fantasías, sus miedos, sus anhelos.
         Con muchos elementos autobiográficos, el irregular Ferrara, surgido desde finales de los años setenta con cintas de extrema violencia que crearon su reputación, propiciaron su entrada a los grandes presupuestos (y mejores repartos) y al cine de culto (Corrupción judicial, 1992; Secuestradores de cuerpos, 1993; Sin escrúpulos, 1998, por mencionar algunos títulos), ahora nos comparte su cotidianeidad y sus procesos personales en cuanto a las relaciones afectivas o sociales. Dafoe, quien ha filmado 7 (siete) películas con Ferrara (incluyendo la que siguió a este título) se ha tornado en una especie de alter ego del realizador. Además, la inclusión de la esposa e hija en la vida real del director, permite una mayor afinidad con su realidad y el discurso que desea comunicar. Se siente que estamos ante un Tommaso-Ferrara.
         Ferrara nos muestra su amor por la ciudad (Roma, a donde se mudó luego del ataque a las Torres Gemelas), las desavenencias maritales debido a la hija pequeña que interrumpe el acto sexual o la independencia de la esposa o el temor a la tragedia (ensueña una infidelidad o imagina la muerte por atropello de su hija), el orgullo de haber dejado atrás las adicciones o la enseñanza a las nuevas generaciones. Tommaso entrega su corazón, literalmente, a inmigrantes sin hogar que se reúnen en la plaza. Y eso es en realidad la película, un ejemplo fílmico de lo que se ha denominado autoficción desde el momento en que los recuerdos modifican a los hechos vividos o simplemente se establece otra realidad que se pinta ante la verdadera como aquel “pentimento” que narraba Lillian Hellman en uno de sus libros autobiográficos (trucados en partes.
         Interesante como proceso de creación. Inteligente en cuanto al manejo de sus elementos. Reiterativa en algunos de sus temas (de hecho, es bastante larga a casi dos horas de duración que no resultan ligeras), pero no se puede negar la capacidad de Ferrara para alterar a sus espectadores y saber reintroducirlos en sus confesiones cuando éstas parecen haberse salido de su atención.
Abel Ferrara y su alter ego Dafoe


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